lunes, 18 de octubre de 2010

PEDAGOGIA AGUSTINIANA

    
     Hablar de San Agustín parece ser un tema privativo de las homilías dominicales pronunciados por un Sacerdote en un templo católico, pero es importante que los profesores, conozcan y practiquen la pedagogía propuesta por Aurelio Agustín de Tagaste, Obispo de Hipona, puesto que tiene vigencia actualmente.

     Es poco frecuente entre los laicos, retomar el tema de la pedagogía agustiniana. Tal vez el motivo de esto sea el desconocimiento que se tiene de este tema, puesto que, cuando se habla de San Agustín, tal parece que es un filosofo y un teólogo que tiene que ver solamente con la iglesia católica, y que es a los sacerdotes a los que les corresponde hablar de su vida y obra de santo, pero ¿cuánto sabemos de la propuesta pedagógica de este hombre que dedicó gran parte de su vida a, primero, ser estudiante, en el sentido tradicional, -es decir, a asistir a las aulas de una universidad, - y después a ser maestro en varias de ellas, además de escribir las reflexiones sobre su quehacer docente?.
      Recordemos brevemente la vida y obra de Agustín de Hipona, después de lo cual estaremos en condiciones de discernir y tomar o rechazar la vigencia de su propuesta pedagógica.
      San Agustín nació en Tagaste, (la actual Souk Ahras, en Argelia). Cuenta el mismo Agustín en el libro las confesiones, que su formación comenzó en el regazo de su madre Mónica, y lo que aprendió de ella le despertó una sed de conocimiento de Dios que jamás le abandonaría, ni siquiera cuando se alejó de su fe durante los diez años que pasó junto a los maniqueos. (Conf. 111, 4, 8).
       La educación formal de Agustín se inició en su villa natal de Tagaste, donde aprendió los rudimentos de la lectura, la escritura y la aritmética. Él mismo nos confiesa que estas fueron, probablemente, las lecciones más valiosas que recibió. “No cabe duda que las primeras letras eran mejores por ofrecer mayores garantías. Con ellas iba adquiriendo, y de hecho adquirí, algo que ahora conservo: leer cuantos escritos caen en mis manos y escribir lo que me viene en gana” (Conf. 1, 13,20.) de ahí la importancia y el cuidado que se debe tener en la educación inicial, al ayudar a los niños a que aprendan y desarrollen destrezas y habilidades del pensamiento, se les ayuda a que formen su personalidad y a que puedan lograr por si solos lo que quieren hacer de su vida con independencia haciendo uso de su inteligencia.     
LA PRAXIS EDUCATIVA DE AGUSTÍN.

      Aurelio Agustín de Tagaste fue profesor durante trece años: a sus veintiún años de edad en su propio pueblo natal de tagaste, enseñando Gramática durante un año. Y asumiría después el profesorado de Retórica y Artes Liberales sucesivamente, en Cartago (ocho años), en Roma (un año) y en Milán (tres años). Profesor de Oratoria, que ganará finalmente las posiciones a la más alta cátedra de Retórica, en la corte imperial de Milán, a sus treinta años de edad.
     Sin embargo, Agustín recalca en sus Confesiones, los aspectos negativos de su experiencia como docente: En Cartago se siente incapaz de controlar la indisciplina de su alumnado y termina por renunciar (cf. Conf. V, 8, 14). En Roma le satisface el talante pacifico, disciplinado y galante de sus alumnos, pero le decepciona su irresponsabilidad en el pago de sus honorarios (cf. Conf. V, 12, 22). Y en su nueva visión de las cosas a raíz de su conversión a la fe cristiana, califica su cátedra de “mercadeo de la palabrería” (Conf. IX, 2,2). Y acaba renunciando a su función de profesor, para convertirse muy pronto en un sabio educador.
       Deja así Agustín la impresión de que como profesor  educador, por trece años fue un fracaso. Pero un hecho revelador lo desmiente: un significativo grupo de los que fueron sus alumnos de Retórica, quedaron marcados por la cálida personalidad de Agustín, se convertirían en sus más íntimos amigos y discípulos, y seguirán su propio rumbo de vida. Tales son: Alipio “la otra mitad de mi propia alma” (Conf. IX, 4,7); Nebridio “el dulce amigo mío” (Conf. IX, 3,6); Licencio, Trigecio y Cenobio.
       La renuncia drástica de Agustín a la cátedra imperial, pareciera dar a entender que pretendió jubilarse definitivamente de la misión educativa. En realidad no hace sino dar un nuevo rumbo a la misma.

UN CONCEPTO: (EDUCACIÓN)
      FORMACIÓN ACADÉMICA Y EDUCACIÓN.
      Actualmente se han fusionado bajo la misma denominación de educación, realidades tan dispares como la información – adiestramiento académicos y la educación en valores directamente humanizadotes. Se habla indistintamente de centros de enseñanza y de centros educativos; de profesores y educadores; de capacitación académica y de educación. La palabra maestro perdió su connotación original y se academizó, aplicándose actualmente a todo aquel que imparte la primera enseñanza y a cualquiera que es diestro o perito en alguna habilidad. En cambio, incluye en el concepto de educación el aspecto académico; cuando se habla de educación en el hogar. En la práctica los centros educativos han centrado sus mejores energías en la capacitación académica.
    Para hablar de la educación agustiniana, necesitamos recuperar, de algún modo, la diversificación, que no implica ciertamente contraposición. Para Agustín una y otra apuntan a dos dimensiones de orden y dinamismo muy diversos, que integran la realidad de cada ser humano: El “hombre exterior” y el “hombre interior”; denominación paulina que Agustín asume y desarrolla ampliamente. El primero incluye, para Agustín, todo aquello que tenemos en común con los animales (Cf. Crin. XII, 1,1 y 8, 13); un cuerpo, dotado de instintos y sensaciones; una memoria adquirida, almacén de recuerdos, aprendizajes y experiencias, con capacidad de asociarlas y sacar conclusiones (“razón inferior”) ¸ y una emotividad con sentimientos de agrado o desagrado, atracción o repulsión. El “hombre interior”, en cambio, es conciencia- testigo, interrogativa y evaluadora, no sólo de puntualidades sino de los procesos que desencadenan; por eso es inteligencia, (“razón superior”), capaz de leer por dentro (intus legere o inter-legere) y captar el significado profundo de las cosas, más allá de su exterioridad; es sensibilidad, y no simple sentimiento emotivo; y por fin, voluntad: capacidad de decidir y tomar opciones más correctas, de acuerdo a su discernimiento.
     A una y otra dimensiones apuntan notables distinciones agustinianas, tales como la “razón inferior y la razón superior”; y “la memoria sensible o adquirida, y la memoria espiritual”; “ciencia y sabiduría” el “maestro interior y el maestro exterior”. Cuando Agustín habla de la educación apunta, por sistema, al cultivo de ese “hombre interior”, que define el “alguien”, que soy: el quien soy yo (Cf. S. 126,4), y no solamente el equipamiento y adiestramiento del hombre exterior, que define el algo que soy; el qué soy yo; si bien ambas dimensiones están llamadas a armonizarse.
      Por otra parte, ambas dimensiones poseen un dinamismo y tratamiento enteramente diferentes. El hombre exterior crece y se desarrolla por adquisición, de afuera adentro, de más y más conocimientos y habilidades. El hombre interior, en cambio, se desarrolla y crece por autoexpansión  de adentro a afuera, dinamizando lo que potencialmente ya es, y la luz del “maestro interior” que lleva en si mismo. La praxis ha ido dejando patente el hecho de que en los sistemas llamados educativos se ha ido marginando la educación propiamente, a favor de la capacitación académica, y se ha empezado a hablar de la urgencia de una educación en valores. Y en sintonía con Agustín, hoy es más y más frecuente en las publicaciones educativas, la conveniente diversificación entre formación académica y educación.
UNAS METAS:
      LOS GRANDES OBJETIVOS DE LA EDUCACIÓN.
    
Todo es educación: lo mismo enseñar matemáticas, geografía o historia, como inculcar la honestidad, el amor, la solidaridad y la fe religiosa. Para Agustín tanto la enseñanza como la educación tienen un mismo objetivo último: humanizar más y más al hombre: “estudia humanidades, ¿para qué?, para ser humano, es decir, para ser un hombre digno entre los hombres” (Disc. Chr. IX, 12).
       Sin embargo, la enseñanza académica apunta de por si a objetivos inmediatos, regidos por el principio de la utilidad y la eficiencia. Busca forjar al hombre hábil y capaz, que sepa triunfar en el mundo competitivo en el que vivimos. Es el objetivo de lo que Agustín llama la “razón inferior”; la “ciencia útil de las cosas humanas” (Trin. XIV, 7, 10). El objetivo de la educación, en cambio, es la sabiduría, contraria, no a la ignorancia, sino a la necesidad (cf. Beata v. IV, 28); señala el camino recto de la vida; la vida feliz y conduce al ejercicio de las virtudes (cf. Ord. II, 20,52)
    Agustín mismo fue un modelo de autoeducación. La lectura del Hortensio de Cicerón, a sus diecinueve años, le descubrió un mundo de valores mucho más elevados a los que se manejaban en le campo académico, por él bien conocido.
    A la luz de su propia experiencia, define Agustín los grandes objetivos de una auténtica educación:
Educar para la verdad: para aprender a vivir verdaderamente: porque nuestra necesaria y gran tarea es buscar la verdad.
Educar en la sabiduría: para vivir la propia existencia inteligente y sabiamente, y aprender a “usar correctamente de las cosas temporales”.
Educar para la unidad y comunión, en el respeto a las diversidades. Porque “si hay unidad hay pueblo; sin unidad hay turbamulta”.
Educar para la libertad: porque sólo somos libres cuando somos dueños de la propia voluntad.
Educar para la trascendencia: Si crees “que no hay ninguna otra vida, son más felices que nosotros los que hoy se encaminaron al anfiteatro”.
Educar para el amor: porque el amor es la clave de la verdadera humanidad. “Ama y haz lo que quieras”
    El objetivo de la educación es, no tanto inyectar o introducir contenidos, sino dinamizar y ayudar a emerger lo que en el educando es inicialmente latente.
      La clave del éxito en la misión de educar está, no tanto en la calidad profesional del maestro en cuanto en su calidad humana. Muchos exalumnos seguirán recordando con admiración al profesor lumbrera; pero confesarán que quien marcó su vida fue el educador humano, que les brindó cercanía, cordialidad, afecto, acompañamiento, estímulo y comprensión, y se les metió en el alma. No hay metodología educativa que pueda superar a la metodología del amor y de la amistad sincera. La educación efectiva es la educación afectiva.
   En su obra La Catequesis a principiantes (o de incultos), San agustín diseña un listado de principios de pedagogía, aquí se señalan algunos:
Partir siempre de las necesidades sentidas del educando.
Conectar con las aspiraciones y preguntas más hondas del corazón humano.
Adaptarse a los educandos: en el lenguaje, en los contenidos y en el ritmo evolutivo.
Dar primacía a lo interior, más bien que a la exterioridad y literalidad de las palabras.
Respetar y estimular la singularidad (el carácter único- original-irrepetible) de cada educando.
Apremiar a la superación de lo malo y negativo por la estimulación de lo bueno y positivo.
Hablar, pero sobre todo, escuchar e interrogar.
Neutralizar el impacto negativo de los escándalos de la sociedad enferma que los jóvenes heredan e incluso de cristianos.
Educar con alegría.
Para educar se necesita vocación. Esta la define San Agustín como: una misión es vocación cuando algo nos apremia desde adentro a vivir unos valores o a realizar una tarea, en los que se cree, a los que se ama, y por los que uno siente que merece la pena sacrificar y gastar la propia vida. Coincide con Abraham Maslow, que  define al educador que vive su misión o vacación de educar así: “La suerte más hermosa, la más maravillosa buena fortuna que puede acontecer a un ser humano, es que le paguen por hacer aquello que ama apasionadamente” (El hombre autorrealizado).
Por eso se dice que San Agustín es el Hombre y el Santo de todos los tiempos. Es antigüo y es actual. Habiendo vivido ente los siglos IV y V d.c. (354 – 430); propone lo mismo que se propone hoy, educar con el amor, una educación afectiva, desarrollar las habilidades y las destrezas del pensamiento,  reconocimiento y respeto a la individualidad de los educandos.
       * Confesiones de San Agustín. Trad. Eugenio Ceballos, Latinoamericana, 2ª          edición, México, 1966.
  • Meer, Frederick Van Der. San Agustín Pastor de almas. Vida y obra de un padre de la iglesia, Herder, Barcelona, 1965.
Berdon, Eusebio B. Coord. Elementos Básicos de Pedagogía Agustiniana, Pubblicazioni Agostiniane, Roma, 2006.

2 comentarios:

  1. y el planteamiento de la pedagogía de Agustín". Cualquier información o comentario estaría agradecida. MaExcelente articulo, muy útil... me encuentro preparando un taller dirigido a docentes del Colegio San Agustín . Caricuao_venezuela. En donde pretendo demostrar la relación entre la muy nombrada en la actualidad "disciplina positiva rielys_hidalgo@otmail.com/ marielyshidalgo.blogspot.com

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  2. Excelente articulo, muy útil... me encuentro preparando un taller dirigido a docentes del Colegio San Agustín . Caricuao_venezuela. En donde pretendo demostrar la relación entre la muy nombrada en la actualidad "disciplina positiva y el planteamiento de la pedagogía de Agustín". Cualquier información o comentario estaría agradecida. rielys_hidalgo@otmail.com/ marielyshidalgo.blogspot.com

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